Mañana percibiremos los mundos virtuales y paralelos del ciberespacio con la misma indiferencia con la cual escuchamos hoy los ruidos del espacio público, habituados como estamos a las sonoridades futiles y monótonas que amodorran nuestra capacidad de "estar a la escucha", en el sentido propuesto por J. L. Nancy.

Tal vez, entonces, nos encontraremos -en nuestros paseos cibernéticos- con añicos de nuestras propias existencias virtuales: residuos de identidades inventadas, recuerdos perdidos, voces y cuerpos sin dueño, añicos que habíamos olvidado arrojar al tacho de basura del sistema digital.

¿Seremos capaces de reconocer las diferencias, o nos veremos obligados a preguntarnos -inseguros-, si nosotros mismos no somos acaso nada más que copias digitalizadas, ficciones desmaterializadas sin identidad: tiempo, cuerpo, voz y espacio extraviados?

SI la percepción de uno mismo es la última garantía de que aquello que experimentamos existe: ¿qué ocurre cuando surge la sospecha de que mis percepciones de mí mismo, podrían no ser más que productos de manipulaciones externas o invenciones de mi mente?

En los mundos virtuales producimos y desarrollamos nuestros pensamientos fuera de nosotros mismos, fuera de nuestros cuerpos. ¿La identidad está garantizada? ¿Nuestra esquizofrénica multiplicación virtual tendrá un correlato en la inmovilidad y el encierro?